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¿No es acaso evidente que los que ignoran el mal no lo desean y que el objeto de sus deseos es una cosa que ellos creían buena, aun cuando fuera mala, de manera que, deseando ese mal que desconocen y que creen es un bien, lo que en realidad desean es un bien? […] ¿Hay, pues, un solo hombre que apetezca sufrir y ser desdichado? […] Por consiguiente, Menón, nadie puede apetecer el mal.

Platón, Menon

Si alguien te ofende, piensa inmediatamente en las concepciones que esa persona tiene del bien y del mal. Cuando lo entiendas, sentirás compasión por esos hombres en lugar de sorprendente o enfadarte.

Marco Aurelio, Meditaciones

Si la filosofía busca la sabiduría, ha de ocuparse del mal, ha de comprender el mal. Y lo mismo pasa con la autorrealización: hemos de integrar el mal, ser capaces de reconciliarnos con ello, y ser capaces de ver el mal en su lugar propio y mirarlo desde sí mismo. Durante estos talleres no solamente trataremos de entender el mal (por qué algo produce daño, perjuicio, ofensa, desgracia, calamidad, dolor…), sino, más allá de eso, tratar de comprender el mal. Pero, ¿el mal puede ser comprendido? ¿No hay un mal radical, opuesto al bien? ¿Un mal de la realidad misma? ¿No existe el mal, como existe el bien, incluso, no es más real? Vayamos por pasos.

¿De qué íbamos a hablar aquella tarde?

La sabiduría es “el arte de vivir bien”, pero es difícil vivir bien en un mundo en el que hay tanto mal. De ahí que sea tan importante ver cómo nos relacionamos con ello, cuál va a ser nuestra actitud ante el mal, ante las situaciones o las personas que (nos) producen algún daño.

Aquella tarde no hablaríamos del mal de la realidad misma, sino del mal en el ser humano; no hablaríamos de un mal inevitable, irremediable, que no depende de nosotros:

una catástrofe, un accidente, humanos o no humanos, un mal metafísico o radical. Sino del mal que producimos los seres humanos con nuestras decisiones, con nuestras acciones, un mal moral con consecuencias personales o sociales o medioambientales, en nosotros mismos o en otros seres: un mal remediable, evitable y que depende de nosotros (no sé si de mí como individuo), un mal moral.

¿Se puede decir de LA REALIDAD que sea malvada?

Quizás sería absurdo, y no cabría otra cosa que admitirla, asumirla, aceptarla. Pero, ¿puede haber maldad en EL SER HUMANO? Es obvio que sí, pero ¿puede ser comprendida? ¿Siempre puede ser comprendida? ¡De esto tratamos! Aquella tarde queríamos comprender la maldad y al malvado…
¿El ser humano es malvado? ¿Hay gente malvada? ¿La maldad humana es innata o adquirida? Y aquí nos salen al paso dos grandes modelos históricos: Hobbes (“Homo homini lupus”) frente a Rousseau (“mito del buen salvaje”). Para empezar, podemos repasar ambas visiones del ser humano y dialogar acerca de cuál nos convence más. Ambas visiones dan lugar a dos modelos de sociedad y de organización política, con sus respectivas consecuencias, Sea como fuere, ¿se puede comprender al malvado, su maldad? Y aquí vienen en nuestro auxilio dos gigantes de la filosofía antigua occidental, SÓCRATES y PLATÓN: “El mal es ausencia de bien”; “El malvado sólo es ignorante”). A continuación, se impone, una discusión acerca de lo que significa esta visión del mal, que nos es tan ingenua como pudiera parecer, a primera vista, a algunos. Quien actúa mal lo hace porque, en el fondo, no sabe lo que hace. Carece de la información, conocimiento o consciencia necesaria. Todos buscan su propio bien, lo que creen que es su bien, pero muchas veces esto se busca a través de caminos tortuosos, erróneos y dañinos. Y suelen darse carencias de todo tipo: fisiológicas, psicológicas, de carácter, afectivas, mentales, por educación, por costumbre, por pereza, persiguiendo deseos, por miedo. Condicionamientos múltiples, generalmente inconscientes. Uno cree que sabe, y que por eso actúa correctamente. O cree que lo sabe todo, ¿hay mayor ignorancia que eso? Pongamos luz, y desaparecerán la oscuridad y las sombras.

Pero, comprobemos si esto es así… Tratemos de poner un ejemplo de maldad imposible de comprender, que no sea digno de ser comprendido (integrado en nosotros, que no podamos ahondar en ello y ponernos en su lugar). Y discutamos: ¿pueden ser comprendidas esas conductas a la luz del principio socrático? Pero, ¿qué entendemos por “ignorancia”? Veamos distintos TIPOS DE IGNORANCIA (no sólo se aplica a saber, por eso lo tomamos en el sentido más genérico de “limitación o carencia”). Y se pueden proponer múltiples o posibles tipos de ignorancia, en los que rige una carencia o limitación de algún tipo, generalmente, alimentadas por una idea inadecuada de bien. Cuando falta consciencia por efecto de sustancias, por desconocimiento o por limitación física o mental de algún tipo. Cuando se está seguro de hacer el bien, pero no es un verdadero bien. Cuando hay un error de juicio. Cuando algo no se hace por sí mismo, sino por un interés más allá de la acción misma… En fin, que Sócrates sabía lo que nos decía para poder vivir mejor.

Pero, veamos un caso particular. Estudiemos con mayor detalle uno de los componentes que más se asocian a la maldad: la AGRESIVIDAD. La agresividad es reprobable, pero su origen está en la combatividad, una tendencia de los seres vivos a conservarse, a sobrevivir, a defenderse, a luchar para mantenerse en su ser. Nietzsche ya estudió esto con detalle y vio su importancia para la valoración de una vida sana o enferma, física y mentalmente. Ahora bien, ¿cuándo la combatividad se convierte en agresividad? El grupo entendió que sucede cuando se percibe al otro como enemigo. Es el paso intermedio de la hostilidad lo que conduce a la agresividad o violencia. Pero, mirándolo bien, esto no es más que una idea: que el otro pretende anularme y yo he de defenderme como sea. La idea de hostilidad unida a la combatividad da lugar a la violencia irrefrenable. Primero he de fabricarme un enemigo… Miremos a nuestro alrededor, en la vida social y política.

¿Esto quiere decir que toda maldad tenga que ser justificada o tolerada o admitida?

No, en absoluto. Hay que distinguir entre comprender y justificar, y no confundir la comprensión con la resignación o la pasividad. Es necesario comprender siempre a LA PERSONA (el ser y su dignidad, en todo ser humano), ahora bien, LOS ACTOS de las personas (que son cambiantes, que pueden ser erróneos, que son interpretables y comparables, y que no se refieren a la identidad profunda del sujeto; por eso tienen tan poco valor las “etiquetas personales”) pueden ser justificables o no. Y tampoco es respetable cualquier MODO DE SER. Y esto tiene grandes consecuencias para valorar distintos tipos de educación y cómo son nuestras relaciones humanas. Como nos dice el sabio Antonio Blay, siempre habría que reflexionar muy seriamente qué es lo que se pretende con esos “tan malos”: castigarlos, defendernos o ayudarlos; actuar con una visión a corto plazo, interesada o egoísta, o más bien, con una visión amplia y abierta, buscando lo mejor (que sepamos) en todo momento para todos, incluida la persona de quien se trate.


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