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Sobre la vida comunitaria | Café Filosófico en Capileira16 de diciembre de 2022, Biblioteca Pública, 18:00 horas

Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra.

(?) Carta del Jefe Indio Seattle al Presidente de los EEUU (1855)

Buenas tardes, estamos en Capileira (La Alpujarra), en su Biblioteca Pública, y no hay mejor lugar (semejante, sí, pero no mejor) para el encuentro de lo viejo y lo nuevo, la vida comunitaria, ancestral, y la vida moderna, urbana, tecnificada. Arraigada en la tierra, aquella, y desarraigada e independiente que se piensa ésta. ¿Encontraríamos, tras la lluvia y con la salida de la niebla desde el fondo del barranco, un punto de encuentro entre ambas comunidades? ¿Pueden convivir, aportándose valor mutuamente, o bien, continuará la pugna y la resistencia? Vamos a descubrirlo, siguiendo el recorrido de los participantes en este segundo Café filosófico de la temporada.

De nuevo, dio comienzo la sesión abriéndose una ventana a lo poético: la nieve, ¿qué significa, qué evoca en mi vida? En otro sitio, no hace mucho, se preguntó por la lluvia y, aunque aquí también hacía mucha falta, son más necesarias unas montañas nevadas. La nieve puede ser una visita obligada, muy esperada, casi con ansiedad, y ¡cada año sucede más tarde el acontecimiento! Y me paro a conversar con la nieve. Puede ser que nos traslade a otros tiempos, quizás remotos. Y me da paz. Y juego, como hacen los perrillos que nunca han visto la nieve, entrando a formar parte de una vistosa ceremonia sin tiempo. Puede ser que la nieve signifique nostalgia de lo que fue y ya no podrá ser. Como la infancia. Ay, el cambio climático. Por eso la nieve puede ser vista y sentida como algo agradable, desde la simpatía de la infancia. Y es un silencio benéfico, en que todo queda en máxima quietud, y se abre un espacio para los primeros copos de la nieve más adelantada. Puede ser… como dijeron los participantes.

El intercambio de sus vivencias, y un poema, llevó a los participantes a realizar un excurso sobre la trascendencia de las acequias para esta comarca. He aquí algunos fragmentos del poema: Las acequias nos traen / la nieve fría: / sin darse cuenta / más abajo el agua / remanece en cada fuente. (…) Ahora les ayudo limpiar / de sierra y de hojarasca y comprendo / las acequias de careo / les veo sembrar el agua / entretenerla y criarla más abajo / hasta los pueblos. Y no se engañan los participantes: sin el reconocimiento, el cuidado y el mantenimiento de las acequias centenarias esta comarca dejaría de existir como tal. La reflexión del grupo llevó, inexorablemente, a tener que tratar el tema de la vida comunitaria, ya lo anunciábamos.

¿Qué es lo comunitario, lo propio de una vida comunitaria? Es un modo de relacionarse, un ecosistema, en el que se convive profundamente: cada uno aporta lo que tiene, dentro de sus posibilidades y hace lo que está en su mano, dentro del todo de la comunidad. Los participantes se aprestaron a poner ejemplos claros de la vida comunitaria en estas tierras. Comenzando por las fiestas, la trilla, la matanza, la simple costumbre de saludarse y darse los buenos días con el gesto y la palabra y no a través de una pantalla, o los lavaderos como centro de reunión. Les pareció un buen ejemplo de vida comunitaria la costumbre del “tornapeón”, que no significa otra cosa que la ayuda mutua en las labores del campo. Y no es lo mismo que lo que hoy se llama “economía circular”, sino que, en este contexto, me doy yo, mis habilidades y no mis productos. (Una de las participantes, que propuso el tema y que investiga sobre el turismo comunitario, señaló el parecido con el sistema comunitario llamado “minga” (minka, en quechua) de Los Andes ecuatorianos). Y claro, ¿cómo sostener las acequias ancestrales sin la urdimbre de apoyos que hace posible la vida comunitaria?

¿Es posible encontrar ejemplos de vida comunitaria en la actualidad? Salvo los rescoldos de las viejas señas de identidad de la vida comunitaria, hoy día, en la vida moderna, pueden aparecer destellos interesantes, como los que ellas y ellos señalaron: la mencionada economía circular, en la que una asamblea regula quién puede aportar qué, a modo de servicio mutuo y para aprovechar al máximo los recursos. Y es curioso que, en este contexto, pueda hablarse de “ocupaciones absurdas” –introduce el concepto uno de los participantes–, que no pueden circular, es decir, que los demás miembros no pueden beneficiarse de ellas. Un ejemplo cercano que pusieron fue el de la llegada de “los hippies” a esta comarca, “los pelúos”, los llamaban. No obstante, esta experiencia de convivencia, con el correr de los años ha mostrado sus potencialidades para la comunidad general: el beneficio de las diferencias (otros modos de ser, de pensar, de vivir, otra mentalidad…), que enriquecen la vida comunitaria. Y así ha sido. De ello se han beneficiado, incluso, económicamente: con la introducción y el mantenimiento de artesanías viejas y nuevas, las recuperación de tradiciones, la diversidad cultural, la presencia del arte y sus artistas, el mantenimiento de la población, etc. Por lo tanto, quizás sea necesario cuestionar ese concepto de las “ocupaciones absurdas”. Todo aporta, de un modo u otro, antes o después… Pero, tal desprecio no sucedería en una comunidad tradicional. Allí hasta hacer de bufón podía tener su espacio y su utilidad.

El sistema de cooperativas es muy interesante, pero no siempre funciona bien. Emergen con frecuencia recelos, desconfianzas hacia proyectos de estas características, que requieren de tantas normas y tanta burocracia. Quizás, en el fondo, haya un miedo al cambio, apuntan los participantes. Y no gratuitamente, porque la voluntad de servicio público puede ir desapareciendo y primar la necesidad de gestión, lo cual implica, para empezar, tener que contar con una formación reglada. En fin, que se necesita tiempo para adaptar las comunidades tradicionales a las sociedades gestionarias. Y surge el temor a la despersonalización, la sensación de que se está manejando dinero, pero dejando de lado el valor y la vida de las personas. Y qué diremos de las comunidades virtuales de servicios mutuos… aquí, aún se pierde más de lo humano, ¿no es verdad?

Lo que sucede, en el fondo, apunta un participante, es que tratan de arrastrar el modo de proceder de la ciudad a los pueblos, y esto produce sus propios desajustes. A esta dificultad de formar comunidades auténticas contribuye la especialización exagerada que observamos en el mundo actual. Que ya la había en las sociedades tradicionales (un barbero, un matarife, un herrero, etc., trabajaban para toda la comunidad), pero ahora nos enfrentamos a una excesiva especialización, un distanciamiento de las ocupaciones respecto a las personas y sus capacidades, que no favorece, sino que perjudica la vida en común y el apoyo mutuo, en el que todos aportan algo a los demás, sin tanta división del trabajo por especialidades. De manera que, en este punto del diálogo filosófico, decidieron averiguar qué les falta a esas comunidades de origen moderno y urbano para ser verdaderamente comunitarias.

Para empezar, en las comunidades tradicionales existe la posibilidad de una visión de conjunto, unitaria, dijeron, un sentimiento de pertenencia, en el que casi todo afecta a todos y cada miembro se siente concernido, en algún grado, con lo que sucede a diario; los individuos no se sienten solos y se genera una interdependencia, que no es una dependencia de los otros (y una incapacidad propia), sino que cada uno ofrece lo puede y recibe lo que necesita; por consiguiente, se trata de un sistema de ayuda mutua, en donde cada parte se educa y crece y se desarrolla (también personalmente y en sus cualidades) en el seno del grupo; por esto, la educación de los más jóvenes es fundamental; y esto incluye enseñanzas tanto para el buen vivir como para el buen morir, pues la muerte no es un tabú y todos participan de todo, en cada uno de los rituales sociales; finalmente, los ancianos nunca quedan descuidados, muy al contrario, son respetados y hasta venerados.

Claro que nuestros participantes no son ciegos a los inconvenientes que puede presentar una comunidad más pequeña o más encerrada en sí misma. No en vano, viven en pueblos pequeños, en lo que queda de estas comunidades tradicionales que hemos repasado. Aquí, no hay casi vida privada o intimidad, aparece con facilidad el control social (en la forma de una moral cerrada o religiosa); y esto lo sienten en especial las mujeres (cuestión pendiente, la de la igualdad de la mujer, no ya en estas sociedades pequeñas, sino en las actuales); los conflictos se personalizan en exceso y se sobredimensionan (pues toda la comunidad participa de los juicios de valor y los cotilleos). Pero, entonces, la pregunta es: ¿deseamos volver a esta vida de tipo comunitario? ¿Son preferibles estas comunidades o no? Los participantes te ofrecen una respuesta: aunque sea difícil, es necesario recuperar algunos aspectos importantes de la vida comunitaria. ¿En qué pueden ayudarnos a construir un mundo mejor? La comprensión de esta pregunta subsiguiente nos ayuda con la primera. ¿No es cierto que las generaciones más jóvenes necesitan que se les muestre el valor de lo ancestral, la importancia del mantenimiento de las acequias o las formas de usar el terreno para poder prevenir los incendios, pongamos por caso? Es tan importante que de ello dependería la supervivencia de esta comarca, ¿no es cierto?

Es muy posible que extender el espíritu comunitario a escala global sea una quimera, pero una buena línea de trabajo podría consistir en (empezar a) llevarlo a cago a pequeña escala, y desde ahí que se vaya extendiendo como los lunares de un vestido inmenso. Sería crucial para nosotros aprender de las pequeñas comunidades que subsisten todavía en diversos lugares del planeta. Si han sobrevivido durante cientos o miles de años, ¡algo valioso podrán aportarnos! Y esto es toda una lección de antropología, aún vigente. El mundo de hoy lo necesita.


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